Para que leas
1. Momo
En verdad, el aspecto externo de Momo era un poco
extraño y tal vez podía asustar algo a la gente que da mucha importancia al
aseo y al orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo que ni con la mejor
voluntad se podía decir si tenía ocho años o ya doce. Tenía el pelo muy
ensortijado, negro como la pez, y parecía no haberse enfrentado nunca a un
peine o unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y también
negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi siempre iba descalza.
Michael Ende, Momo
2. Mi padre
Mi padre se llamaba Esteban Duarte Diniz, y era
portugués, cuarentón cuando yo niño, y alto y gordo como un monte. Tenía la
color tostada y un estupendo bigote negro que se echaba para abajo. Según
cuentan, le tiraban las guías para arriba, pero, desde que estuvo en la cárcel,
se le arruinó la prestancia, se le ablandó la fuerza del bigote y ya para abajo
hubo que llevarlo hasta el sepulcro. Yo le tenía un gran respeto y no poco
miedo, y siempre que podía escurría el bulto y procuraba no tropezármelo; era áspero
y brusco y no toleraba que se le contradijese en nada, manía que yo respetaba
por la cuenta que me tenía.
Camilo José Cela,
3. Rosita
Era Rosita perfectamente proporcionada de cuerpo: ni
alta ni baja, ni delgada ni gruesa. Su tez, bastante morena, era suave y
finísima, y mostraba en las tersas mejillas vivo color de carmín. Sus labios,
un poquito abultados, parecían hechos del más rojo coral, y cuando la risa los
apartaba, lo cual ocurría a menudo, dejaba ver, en una boca algo grande, unas
encías sanas y limpias y dos filas de dientes y muelas blancos, relucientes e
iguales. Sombreaba un tanto el labio superior de Rosita un bozo sutil, y, como
su cabello, negrísimo. Dos oscuros lunares, uno en la mejilla izquierda y otro
en la barba, hacían el efecto de dos hermosas matas de bambú en un prado de
flores.
Tenía Rosita la frente recta y pequeña, como la de la
Venus de Milo, y la nariz de gran belleza plástica, aunque más bien fuerte que
afilada. Las cejas, dibujadas lindamente, no eran ni muy claras ni muy espesas,
y las pestañas larguísimas se doblaban hacia fuera formando arcos graciosos.
Juan Valera
El tío Lucas era más feo que Picio. Lo había sido toda
su vida, y ya tenía cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan
simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo. Lucas era en aquel entonces
de pequeña estatura, un poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño,
narigón, orejudo y picado de viruelas. En cambio, su boca era regular y su
dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y
fea; que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus
perfecciones, y estas perfecciones principiaban por los dientes. Luego venía la
voz, vibrante, elástica, atractiva.
Llegaba después lo que aquella voz decía: todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo.
Llegaba después lo que aquella voz decía: todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo.
El Sombrero
de tres picos, Pedro Antonio de Alarcón
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